María Antonieta – “¡No sin mi abanico!” Antigüedades 05/07/2022

María Antonieta de Austria, la Reina consorte de Francia y Navarra que murió guillotinada en el inicio de la Revolución Francesa, era como una celebrity actual entre las cortes Europeas. Su peluquero personal por ejemplo inventó un peinado estrella para ella conocido como pouf, que consistía en una altísima peluca adornada con todo tipo de artificios. Dicho invento triunfaría durante toda la década de 1780. A continuación os ilustramos por qué dicha Reina sería recordada como una de las más transgresoras en el mundo de la moda y el arte.

Influencer del siglo XVIII

María Antonieta ejerció con gran influencia en la moda del siglo XVIII hasta el punto de trasladarla desde Versalles a las diferentes Cortes europeas. Fue una época de lujos y de toda clase de extravagancias. Peinados altísimos llenos de plumas y penachos, empolvados de vértigo… las pobres mujeres no encontraban carruajes lo suficientemente altos como para meterse, y, o bien tenían que ir de rodillas, o con la cabeza inclinada, e incluso fuera de la ventanilla para no estropearlos (que lástima que por aquellos tiempos no existiesen los relajantes musculares, porque seguro que a más de una le haría falta).

Ahora bien, y dejando a un lado los asuntos cabelludos, en el siglo XVIII, la verdadera ambición de toda dama era poder impresionar con su vestido en la corte, y en eso María Antonieta tenía fama de experta.

El esplendor y la etiqueta de Versalles no permitió bajo ningún concepto que las mujeres utilizasen el vestido más que una sola vez. El gusto por los trajes femeninos se tradujo en la vuelta de las faldas escandalosamente amplias sostenidas con un armazón interior, el guardainfante, todo un icono distintivo de la moda española que, diseñado en un principio para ocultar los embarazos, reapareció en la primera mitad del siglo XVIII en una modalidad francesa, el panier.

El panier podía alcanzar unas dimensiones de hasta cinco metros de diámetro, algo que no dejaba de causar impedimentos, como el no poder sentarse dos damas en un mismo carruaje, o no pasar por determinadas puertas. Este a diferencia del guardainfante, el panier desplazaba el volumen de las faldas a las caderas resaltando así la silueta de la mujer, a lo que por supuesto, también contribuía el corsé, que elevaba el busto y estrechaba la cintura.

Ahora bien, si hubo un vestido top y que triunfó en la moda cortesana en torno a la década de 1740, ese fue el llamado vestido a la francesa, un elaborado diseño que constaba de tres partes, una bata, abierta en su parte delantera y que acababa en cola, una falda, menos exagerada que los vestidos anteriores, permitiendo así una mayor movilidad, y una pieza superior triangular que cubría el torso. Dicho vestido seguiría de moda durante sus primeros años en Versailles, y Maria Antonieta lo luciría con un gusto inconfundible.

¿Y mi abanico?

Tan importante como el vestido eran los accesorios en la apariencia de una dama. En cualquier ceremonia estas debían cubrirse brazos y manos con guantes, siempre y cuando fueran sin mangas. Únicamente en verano se les permitía llevar mitones, un tipo de guante que dejaba al descubierto la mitad de los dedos.

Aunque verdaderamente si existía un complemento estrella para una dama ese era el abanico, ya que con él eran capaz de encubrir el arte del disimulo, desarrollando un lenguaje gestual que servía para comunicarse a la hora de la seducción dando vida a las costumbres licenciosas de Versalles. Abanicos de las eras rococó y neoclasicismo han pasado por las manos de nuestros expertos, y el departamento de antigüedades se enorgullece de haber vendido ejemplares profundamente trabajados.

Estos acabaron siendo auténticas obras de arte. Sobre el papel o la seda y sujetado por varillas de marfil, carey, nácar o maderas preciosas profundamente talladas y doradas, grandes pintores plasmaban refinadas escenas, mientras que los orfebres se encargaban de hacerle bordados con hilos de oro y plata, o incrustarle piedras preciosas.

Entre sus escandalosas vestimentas y los abanicos, María Antonieta siempre acabó siendo el centro de atención de todas las fiestas, sin embargo, con el tiempo, quizás cansada de tantas salidas, y desencantada con la política y vida de la Corte, corrió en búsqueda de otros placeres, como los campestres. Su retiro del Petit Trianon era la máxima ilustración de esa sencilla vida: haciéndose eco de la sencillez y vistiendo de manera impensable hasta años atrás se vistió por ejemplo con el traje de pastora de los Alpes, vestidos cortos y ligeros y sombreros de paja con cinta.

Aun así, el abanico no lo abandonó, eso sí ciñéndose a los tiempos que quiso vivir. Las pinturas se redujeron a pequeñas viñetas, una central y dos laterales con escenas históricas que aludían a la actualidad del momento, como por ejemplo conmemoraciones de batallas, bodas principescas o motivos peculiares como el de la ascensión del globo en 1783.

Las monturas también eran más sencillas con varillas separadas entre sí (tipo esqueleto), en marfil, hueso y acero, y con un tamaño inferior con adornos de lentejuelas sobre linón o gasa teniendo algunos pequeños anteojos o lupas en la boleta.

Lo cierto de todo esto es que María Antonieta podía salir sin sus polvos perfumados, sin sus guantes, sin su bolso, sin su peluca, pero nunca nunca SIN SU ABANICO.