Un repaso a la historia del reloj de bolsillo Relojes 09/12/2020
Origen de la relojería de uso personal
A principios del siglo XVI se asentaron las bases de los relojes de uso personal, los relojes de pulsera, así como los relojes de bolsillo. Peter Henlein en Nuremberg sustituyó el motor de pesa con la invención del muelle real como fuerza motriz de la maquinaria. Esto permitió realizar relojes de menor tamaño. De este modo, además de los relojes solares, clepsidras o de campanario utilizados hasta entonces, aparecieron los primeros relojes portátiles. Se utilizaban en colgantes o para guardar en la bolsa-faldriquera.
La exactitud y puntualidad de las piezas dejaba mucho que desear. Durante todo el siglo XVI hubo un desarrollo enorme en Europa y se crearon muchos talleres de gran importancia. Tres fueron los ámbitos principales: la zona alemana, con los talleres de Nuremberg y Augsburg, la zona italo-franco-flamenca y el territorio inglés.
Fueron los clérigos los primeros en disponer de estos relojes “semi portátiles”. Pronto la nobleza y realeza se sumaron a su búsqueda, llegando incluso a subvencionar nuevas patentes e ingenios por parte de los maestros relojeros. En el caso en España del Emperador Carlos V y su hijo el rey Felipe II depositaron su confianza en el maestro relojero Hans de Evalo. Le encargaron adquirir y mantener las piezas importantes de su colección.
Las distintas cortes europeas llevaban mucho tiempo compitiendo entre sí para realizar los mecanismos más avanzados y sorprendentes. Se trataba de crear un objeto mecánico que pudiera llevar a cabo la tan ansiada tarea: medir el tiempo. El “coq” o puente que protege el volante fue una pieza esencial que se inventó en el siglo XVI. También lo fue el regulador de escape (para regular la fuerza motriz), otra pieza esencial que nació en este periodo. El coq más antiguo se conoce como “foliote”.
Reloj de bolsillo considerado objeto de lujo
Los primeros ejemplares de reloj “portátil” (más que de bolsillo) suelen presentar cajas ricamente trabajadas en latón dorado cincelado con decoración de gusto tardo manierista a base de desnudos femeninos y motivos vegetales… etc. Las esferas, provistas de unas tapas también de latón o de cristal de roca, cuentan con una sola aguja que marca las horas. El mecanismo es de un escape de paletas bastante rudimentario, aunque bellamente guarnecido, e incluye ingenios muy apreciados en la época como el sistema de sonería, una brújula o un reloj solar. Alemania fue uno de los talleres principales del momento y se tiene constancia que el taller de Mattheus Greillach estuvo activo durante el siglo XVII.
Los primeros ejemplares que cuentan con aguja minutera se localizan en la Inglaterra. A finales del siglo XVI para ser más precisos.
En este sentido, hacia 1700 Inglaterra pasó a ocupar un papel hegemónico. El matemático Nicolas Fatio descubre el modo de trabajar las piedras preciosas para adaptarlos al uso de la relojería. Las piedras preciosas tales como los rubíes son mucho más resistentes al roce y al uso que los metales. Fue por este motivo que Fatio se trasladó a Londres para patentar su técnica en 1704. Aparecieron por tanto las maquinarias provistas rubíes en la historia de la relojería. Otros maestros relojeros como George Graham, Thomas Mudge aportaron grandes invenciones en el mundo de la relojería. Ejemplares de esta época han sido subastados en subastas de relojes de bolsillo de Balclis alcanzando cotas de mercado a la altura de las subastas de renombre internacional.
Valor estético de los relojes
Otra particularidad que también debemos a la corte británica, es el mecanismo de repetición de cuartos. Este permite leer la hora en la oscuridad gracias a una delicada sonería que marca las horas y los cuartos. Los ejemplares suelen tener un refinado diseño en plata cincelada y calada que facilita la propagación del sonido.
A esta supremacía inglesa respondieron los franceses ensalzando el valor estético de sus relojes. De este modo, el refinamiento de los relojes de bolsillo de Francia no tuvo parangón en la época. Los reyes eran los principales comitentes de relojes. En el caso de Luis XV, su más ilustre relojero fue Julien Le Roy, de quien Balclis ha podido subastar algún ejemplar. Y también del más célebre de sus hijos, Pierre Le Roy.
En 1730 apareció otro elemento fundamental: la châtelaine o castellana. Se trataba de una placa de varios formatos, en oro, plata u otros metales, ricamente guarnecida de diamantes y otras piedras preciosas, de la cual se podía colgar el reloj de bolsillo de la cintura. Dichas châtelaines son muy demandadas en el coleccionismo actual y en Balclis se han subastado varios ejemplares de gran riqueza.
Consolidación del uso del reloj de bolsillo
A finales del siglo XVIII, en pleno caos político en Europa, empezaron a realizarse modelos de relojes de bolsillo cada vez más suntuosos. Los avances técnicos iban a la vez que los avances decorativos, y la belleza de las piezas cobró una mayor importancia. Encontramos modelos grabados, cincelados, esmaltados, con piedras preciosas y otros tantos materiales nobles. Muchos de ellos merecedores para dedicarles un post en nuestro blog de relojes para su análisis específico.
Suiza adquirió un papel cada vez más preponderante en este sentido respecto de los otros grandes centros relojeros como lo fueron París y Londres. La industria se fue desplazando paulatinamente a Ginebra desde entonces y hasta la actualidad. En esta época la demanda relojera era cada vez más alta y muchos eran los relojeros suizos que compaginaban las labores del taller en invierno con las labores agrícolas en verano. Se crearon así talleres domésticos de gran tradición en los que el oficio se transmitía de generación en generación.
Paralelamente a ello, la difusión de grabados de diseños y de esmaltados fue crucial para la propagación de la nueva estética imperante en la época. Los acabados nada tienen que envidiar de los que se realizaban en los talleres de París. Encontramos una combinación de técnicas de esmaltados opacos, traslúcidos y también en cloisonné, en los que también se incluyen piezas embutidas de plata y piedras preciosas.
Modelos de relojes menos pesados
Paralelamente a esta profusión en la decoración, se dio una tendencia a realizar modelos cada vez menos pesados y más prácticos, por ello y como hemos podido comprobar en muchos relojes, el grueso de la decoración queda relegado a las tapas, siendo las esferas un disco liso y blanco en las que se pueden leer perfectamente la hora, y que presentan unas agujas de finísima ejecución.
El genio que marcó la pauta a partir de este momento fue el suizo Abraham Louis Breguet (1747-1823), pues entre otros de sus ingenios que sentaron la base de la relojería actual, destaca la invención de tourbillon, con el que se intentaba impedir las desviaciones de la marcha del reloj cuando se desplazaba su centro de gravedad. Importante momento de inflexión fue cuando en la Gran Exposición celebrada en Londres en 1851, la Reina Victoria pudo admirar en los primeros modelos de “remontoir” sin llave del mundo.
La revolución industrial supuso un cambio radical: la relojería artesanal se transforma y se industrializa. En Estados Unidos, la sociedad Waltham desarrollará unos sistemas de producción en cadena con procesos de estandarización. Los ejemplares fabricados por primera vez constar de piezas intercambiables. Paralelamente, se inventará maquinaria eléctrica de gran precisión que evitará al máximo los errores e imprecisiones de la mano del fabricante. La industria relojera suiza adaptará e incorporará dichos cambios para hacerlos propios. El siglo XX supondrá el fin del uso de los relojes de bolsillo en pos de un nuevo reloj: el de pulsera.